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Otro mundo es posible 2

Ellos

Mis creencias - Albert Einstein

(1948)
¿Por qué el socialismo?
¿Es aconsejable que una persona inexperta en temas económicos y sociales exprese sus puntos de vista acerca del socialismo? Por muchas razones creo que sí. Para empezar, consideremos el problema desde el punto de vista del conocimiento científico. Parecería que no existieran diferencias metodológicas esenciales entre la astronomía y la economía: en ambos campos los científicos tratan de descubrir leyes de validez general por las que sea posible comprender las conexiones que existen dentro de un determinado grupo de fenómenos. Pero en realidad existen dichas diferencias. En el ámbito de la economía el descubrimiento de unas leyes generales está dificultado por el hecho de que los fenómenos se hallan con frecuencia bajo la influencia de variados factores que resulta complejo evaluar por separado. Por otra parte, la experiencia acumulada desde el comienzo del llamado período civilizado de la historia humana se ha visto impulsada y limitada -según se sabe- por causas que no pueden definirse como exclusivamente económicas en su naturaleza. Por ejemplo: la mayoría de los estados más importantes de la historia debieron su existencia a un proceso de conquista. Los pueblos conquistadores se constituyeron a sí mismos, de manera legal y económica,
como una clase privilegiada dentro del país conquistado. Se apropiaron del monopolio de las tierras y establecieron un clero salido de sus filas. Los sacerdotes, dueños del control de la educación, lograron que la división de clases sociales se convirtiera en una institución permanente y crearon un sistema de valores que en adelante delimitó la conducta social del pueblo de modo casi inconsciente.
Pero la tradición histórica, data por cierto de ayer; en ningún momento hemos superado en verdad lo que Thorstein Veblen llama a la "fase depredadora" del desarrollo humano. Los hechos económicos observados pertenecen a esa fase y las leyes que podamos deducir de ellos son inaplicables a otras fases. Puesto que el verdadero objetivo del socialismo es, en efecto, superar y avanzar más allá de la fase depredadora del desarrollo humano, la ciencia de la economía, en su estado actual, poco puede decir sobre la sociedad socialista del futuro.
En segundo término el socialismo se encamina hacia un fin social y ético. La ciencia, por su parte, no puede crear fines y menos aún inculcarlos en los seres humanos. En última instancia la ciencia aporta los medios por los cuales se puede acceder a ciertos fines. Mas los fines en sí mismos son concebidos por personalidades poseedoras de ideales éticos superiores y -como estos fines no son endebles sino vitales- son adoptados y servidos por la masa de seres humanos que de modo semiinconsciente determinan la lenta evolución de la sociedad. Debido a estas razones tendremos que guardarnos muy bien de conceder excesiva validez a la ciencia y a los métodos científicos cuando están en juego problemas humanos. Y no se ha de suponer que los expertos son los únicos que tienen derecho a expresar sus criterios sobre cuestiones que afectan a la organización de la comunidad.
No son pocas las voces que desde hace algún tiempo se levantan para expresar que la sociedad atraviesa una crisis, que su estabilidad está muy quebrantada. Una característica de esta situación es que los individuos se sienten indiferentes y aun hostiles ante el grupo al que pertenecen, por pequeño o grande que sea. Para ilustrar este concepto quiero recordar una experiencia personal. Hace algún tiempo discutía yo con un hombre inteligente y bien dispuesto sobre la amenaza de una nueva guerra, que en mi opinión pondría en serio peligro la existencia de la humanidad. Al respecto señalé que sólo una  organización supranacional podría ofrecer una protección adecuada ante el peligro. Luego de escucharme, mi visitante, con toda calma y frialdad me dijo: "¿Por qué se opone usted con tanto empeño ala desaparición de la humanidad?” Tengo la certeza de que hace un siglo nadie hubiera formulado con tal ligereza una pregunta así. En ella va implícito el juicio de un hombre que ha luchado en vano para lograr un equilibrio dentro de sí mismo y, sin duda, casi que ha perdido toda esperanza de  alcanzarlo.
Se trata de la expresión del duro aislamiento y soledad que acosan a mucha gente en estos tiempos. ¿Cuál es la causa? ¿Hay alguna vía de escape? Es fácil plantear estas preguntas, pero muy difícil responderlas con alguna exactitud. Sin embargo, en la medida de mis posibilidades debo tratar de hacerlo, si bien soy consciente de que nuestros sentimientos y nuestra lucha son a menudo contradictorios y oscuros y que los mismos no pueden ser expresados mediante fórmulas sencillas y admisibles.
Al mismo tiempo, el hombre es una criatura solitaria y social. Como ser solitario trata de proteger su propia existencia y la de aquellos que están muy cercanos a él; intenta satisfacer sus deseos personales y desarrollar sus habilidades innatas. Como ser social busca el reconocimiento y el afecto de sus congéneres, quiere compartir sus placeres, confortar a los demás en sus  penurias y mejorar las condiciones de vida de los otros. Sólo la presencia de estos esfuerzos diversos, y a menudo contradictorios, da cuenta del carácter especial de un hombre, y la forma concreta de esos intentos determina el punto hasta el cual un individuo puede obtener su equilibrio interior y la medida en que será capaz de contribuir al bienestar de la comunidad. Es posible que la fuerza relativa de esos dos impulsos esté, en lo primordial, fijada por la herencia. Pero la personalidad que, en síntesis, ha de imponerse está formada, en su mayor parte, por el contorno en el que el hombre se ha encontrado en el momento de su desarrollo, por las estructuras de la sociedad en la que se desenvuelve, por las tradiciones de esa sociedad y por la valoración de tipos particulares de conducta. Para el ser humano individual, el concepto abstracto de "sociedad" significa la suma total de sus relaciones directas e indirectas con sus contemporáneos y con los integrantes de las generaciones anteriores. El individuo se halla en condiciones de pensar, sentir, luchar y trabajar por sí mismo; sin embargo, en su existencia física, intelectual y emocional depende tanto de la sociedad que resulta imposible pensar en él o comprenderlo fuera del marco de aquélla. La "sociedad" proporciona al hombre su comida, su vestido, un hogar, las herramientas de trabajo, el lenguaje, las formas de pensamiento y la mayor parte de los contenidos del pensamiento; la vida del hombre se realiza a través del trabajo y de los progresos de muchos millones de personas del pasado y del presente, ocultas tras la simple palabra "sociedad".
Entonces resulta claro que la dependencia del individuo frente a la sociedad es un hecho de la naturaleza que no puede ser aniquilado tal como en el caso de las hormigas y las abejas. Pero en tanto que todo el proceso vital de las hormigas y de las abejas se halla determinado hasta en sus menores detalles por rígidos instintos hereditarios, la estructura social y las interrelaciones de los seres humanos son muy variables y expuestas al cambio. La memoria, la capacidad de efectuar nuevas combinaciones, el poder de la comunicación oral han abierto entre los hombres, la posibilidad de ciertos desarrollos que no están dictados por las necesidades biológicas. Estos procesos se manifiestan a través de las tradiciones, las instituciones y las organizaciones, en la literatura, en la ciencia y en los éxitos de la ingeniería, en las obras de arte. Así se explica que, en cierto sentido, el hombre sea capaz de influir en su vida mediante su propia conducta y que desempeñen un papel importante en este desarrollo el pensamiento y el deseo conscientes.
En el instante de nacer, el hombre adquiere, a través de la herencia, una constitución biológica que podemos considerar fija e inalterable, en la que se incluyen los impulsos naturales que son característicos de la especie humana. Además, en el transcurso de su vida el hombre erige una constitución cultural que extrae de la sociedad mediante la comunicación y diversos otros tipos de influencia. En el correr del tiempo esta constitución cultural queda sujeta al cambio y determina, en amplia medida, la relación entre individuo y sociedad. Con la ayuda de la investigación comparativa de las llamadas culturas primitivas, la antropología moderna nos enseña que la conducta social de los seres humanos puede diferenciarse profundamente, según los esquemas culturales y los tipos de organización que predominen en la sociedad.
En esto han fijado sus esperanzas quienes luchan para mejorar el destino del hombre: los seres humanos no están condenados por su constitución biológica a aniquilarse entre sí ni ser presa de un hado cruel constituído por ellos mismos.
Si nos interrogamos cómo es posible cambiar la estructura de la sociedad y la actitud cultural del hombre de modo que la vida humana resulte altamente satisfactoria, tendremos que advertir en todo momento que existen ciertas condiciones que no podemos transformar. Según hemos visto, la naturaleza biológica del hombre, en sentido práctico no está sujeta a cambio. Por otra parte los desarrollos tecnológicos y demográficos de los últimos siglos han creado condiciones que han de perdurar. En núcleos de población bastante densos, en los cuales los bienes de consumo son indispensables para una existencia continuada,
resulta por completo necesaria una total división del trabajo y un aparato productivo centralizado al extremo. Si bien al mirar hacia atrás parece tan idílico, ha desaparecido para siempre el tiempo en el que los individuos o unos grupos pequeños podían aspirar al autoabastecimiento.
Apenas se exagera si se dice que la humanidad constituye hoy una comunidad planetaria de producción y consumo.
En este lugar de mi exposición debo señalar, de manera breve, lo que para mí constituye la esencia de la crisis de nuestro tiempo. La cuestión reside en la relación entre el individuo y la sociedad. El individuo ha tomado conciencia, ahora más que nunca de su situación de dependencia ante la sociedad. Mas no considera que esa dependencia sea un hecho positivo, un nexo orgánico, una fuerza protectora, sino que la advierte como una amenaza a sus derechos naturales y a su existencia económica. Por otra parte, su posición dentro de la comunidad permite que sus impulsos egoístas se acentúen de modo constante, en tanto que sus impulsos sociales -que por naturaleza son más débilesse deterioren progresivamente. Sea la que fuere su posición en la sociedad, todos los seres humanos sufren este proceso de deterioro. Prisioneros de su propio egoísmo sin saberlo, se sienten inseguros, solitarios y despojados del goce ingenuo, simple y directo de la vida.
El hombre tiene que encontrar el sendero de la vida -por estrecho y peligroso que sea- sólo a través de la entrega de sí mismo a la sociedad. La anarquía económica de la sociedad capitalista, según existe hoy, es, en mi opinión, la verdadera fuente de todos los males. Observamos cómo se levanta ante nosotros una inmensa comunidad de productores, cuyos miembros luchan sin cesar para despojarse unos a otros de los frutos del trabajo colectivo, no ya mediante la fuerza, sino con el
apoyo total de normas legalmente establecidas. En este plano es indispensable comprender que los medios de producción, es decir, toda la capacidad productiva que se necesita para producir tanto bienes de consumo como bienes de inversión, pueden ser, en forma legal -y de hecho en su mayoría lo son- propiedad privada de ciertos individuos. En razón de la simplicidad, en la exposición que sigue emplearé el vocablo "trabajador" para designar a quienes no comparten la propiedad de los medios de producción, aunque ello no corresponda al uso habitual del término. El propietario de los medios de producción está en condiciones de comprar la capacidad laboral del trabajador. A través del uso de los medios de producción el trabajador produce nuevos bienes que se convierten en propiedad del capitalista. El punto esencial de este proceso es la relación existente entre lo que el trabajador produce y lo que recibe como paga, ambos elementos medidos en términos de su valor real. Puesto que el contrato laboral es "libre", lo que el trabajador recibe está determinado no por el valor real de los bienes que produce, sino por sus necesidades mínimas y por la cantidad de mano de obra solicitada por el sistema en relación con el número de trabajadores que compiten por un empleo. Es importante comprender que, aun en teoría, la paga del trabajador no está determinada por el valor real de su producto.
El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte a causa de la competencia entre los capitalistas y en parte debido al desarrollo tecnológico y a la creciente división de la clase obrera, hechos que determinan la formación de unidades mayores de producción, en detrimento de las unidades menores. El resultado es una oligarquía del capital privado, cuyo enorme poder no puede ser controlado con eficacia ni siquiera por una sociedad política organizada de acuerdo con los principios  democráticos. Sucede así porque los miembros de los cuerpos legislativos son seleccionados por los partidos políticos, que reciben fuertes influencias y sustanciosa financiación de los capitales privados que en la práctica separan al electorado de la legislatura. Resulta entonces que los representantes del pueblo no protegen con justicia y en la medida necesaria los intereses de los sectores menos privilegiados de la población. En las circunstancias actuales, además, los capitales privados controlan, de manera directa o indirecta, las principales fuentes de información (prensa, radio, educación). Resulta entonces difícil y en la mayoría de los casos casi imposible, que el ciudadano llegue a conclusiones objetivas y pueda realizar un uso
inteligente de sus derechos políticos.
La situación predominante en una economía basada en la propiedad privada del capital se caracteriza por dos principios fundamentales: primero, los medios de producción -el capital- son propiedad privada y sus propietarios disponen de ellos según lo crean conveniente; segundo, el contrato laboral es libre. Por supuesto que no existe una sociedad capitalista pura, en este sentido. En particular observemos que los trabajadores, a través de largas y duras luchas políticas han  conseguido ciertas ventajas en el "contrato laboral libre" para ciertas categorías de trabajadores. Pero estimada en su conjunto la economía del presente no se distingue que mucho del capitalismo "puro".


El fin de la producción es el beneficio, no su consumo. No se tiene en cuenta que a todos aquellos que sean capaces de trabajar y quieran hacerlo se les ofrezca la posibilidad de conseguir un empleo; siempre existe, por lo general, un "ejército de parados". El trabajador se ve acosado por el temor constante de perder su puesto. Debido a que los trabajadores sin trabajo y mal pagados no proporcionan un mercado lucrativo, la producción de bienes de consumo se reduce con sus graves consecuencias. A menudo el progreso tecnológico desencadena una mayor cantidad de parados, en vez de aliviar la carga para todos.
El interés por el lucro, junto con la competencia entre los capitalistas, es responsable de la inestabilidad del ritmo de acumulación y utilización del capital, que conduce a severas y crecientes depresiones. La competencia ilimitada provoca el derroche de trabajo y la amputación de la conciencia social de los individuos, fenómeno del que ya he hablado antes. Pienso que el peor daño que ocasiona el capitalismo es el desmedro del hombre. Todo nuestro sistema educativo se ve perjudicado por esta mácula. Se inculca en los estudiantes una actitud competitiva exagerada; se los adiestra en el culto del éxito adquisitivo como preparación para su futura carrera. Tengo la convicción de que existe un único camino para eliminar estos graves males, que pasa por la adopción de una economía socialista, acompañada por un sistema educativo que esté orientado hacia objetivos sociales. En ese sistema económico, los medios de producción serán propiedad del grupo social y se utilizarán según un plan.
Una economía planificada que regule la producción de acuerdo con las necesidades de la comunidad, distribuirá el trabajo que deba realizarse entre todos aquellos capaces de ejecutarlo y garantizará la subsistencia a todo ser humano. La educación de los individuos, además de promover sus propias habilidades innatas, tratará de desarrollar en ellos un sentido de responsabilidad ante su prójimo, en vez de exaltar el valor del poder y del éxito, como ocurre en la sociedad actual.
Por supuesto hay que subrayar que una economía planificada no es todavía el socialismo. La economía planificada podría hallarse unida a la esclavización completa de la persona. La realización del socialismo exige resolver problemas sociopolíticos de gran dificultad. En efecto, si consideramos la centralización fundamental del poder político y económico, ¿cómo se logrará impedir que la burocracia se convierta en una entidad omnipotente y arrogante? ¿Cómo es posible proteger los derechos del individuo para asegurar así un contrapeso democrático que equilibre el poder de la burocracia?

Perdida o sustitución de valores (Houellebecq, Michel - Las particulas elementales)

Las historias coherentes de Griffiths se introdujeron en 1984 para reunir las medidas cuánticas en narraciones verosímiles. Una historia de Griffiths se construye a partir de una serie de medidas tomadas más o menos al azar en momentos diferentes. Cada medida expresa que una determinada cantidad física, diferente de una medida a otra, se encuentra comprendida, en un momento dado, dentro de una determinada escala de valores. Por ejemplo, en el momento t1, un electrón tiene cierta velocidad, determinada con una aproximación que depende del modo de medida; en el momento t2, el electrón está situado en cierto sector del espacio; en el momento t3, tiene cierto valor de espín. A partir de un subconjunto de medidas se puede definir una historia, lógicamente coherente, de la que en cambio no puede afirmarse que sea verdadera.; simplemente, puede sostenerse sin contradicción. Entre las historias del mundo que son posibles en un marco experimental determinado, algunas pueden reescribirse en la forma normalizada de Griffiths; se llaman, entonces, historias coherentes de Griffiths, y en ellas es como si el mundo se compusiera de objetos aislados, dotados de propiedades intrínsecas y estables. No obstante, el número de historias coherentes de Griffiths que pueden reescribirse a partir de una serie de medidas es, por lo general, bastante superior a 1. Tú tienes conciencia de tu yo; esta conciencia te permite emitir una hipótesis: la historia que eres capaz de reconstruir a partir de tus propios recuerdos es una historia coherente, que justifica el principio de narración unívoca. Como individuo aislado, empeñado en existir durante cierto lapso de tiempo, sometido a una ontología de objetos y propiedades, no te cabe la menor duda sobre este punto: se te puede asociar, necesariamente, una historia coherente de Griffiths. Esta hipótesis a priori te sirve para la vida real, pero no para el mundo de los sueños.

[...]

El universo humano —empezaba a darse cuenta— era decepcionante, lleno de angustia y de amargura. Las ecuaciones matemáticas le daban una íntima y serena alegría. Avanzaba en penumbra, y de pronto encontraba una salida. Con unas cuantas fórmulas, con unas cuantas factorizaciones audaces, se elevaba a un nivel de luminosa serenidad. La primera ecuación de la demostración era la más emocionante, porque la verdad que revoloteaba a media distancia era todavía incierta; la última ecuación era la más deslumbrante, la más alegre.

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La posibilidad de vivir empieza en la mirada del otro

[...]

 Bruno se calló bruscamente. Al cabo de unos minutos Michel se levantó, abrió la puerta del balcón y salió a respirar el aire nocturno.
 La mayoría de la gente que conocía había llevado una vida semejante a la de Bruno. Dejando aparte ciertos sectores de muy alto nivel, como la publicidad o la moda, es relativamente fácil que a uno lo acepten físicamente en el sector profesional, los dress codes son limitados e implícitos. Después de unos años de trabajo el deseo sexual desaparece, la gente se concentra en la gastronomía y el vino; algunos de sus colegas, mucho más jóvenes que él, ya habían empezado a formar una bodega. No era el caso de Bruno, que no había dicho nada sobre el vino, un Vieuz Papes a 11,95 francos. Medio olvidando la presencia de su hermano, Michel se apoyó en la barandilla y echó una ojeada a los edificios. Ya había caído la noche; casi todas las luces estaban apagadas. Era la última noche del fin de semana del 15 de agosto. Volvió junto a Bruno, se sentó a su lado; sus rodillas se rozaban. ¿Se podía considerar a Bruno como un individuo? La putrefacción de sus órganos era cosa suya, iba a conocer la decadencia física y la muerte a título personal. Por otra parte, su visión hedonista de la vida, los campos de fuerzas que estructuraban su conciencia y sus deseos pertenecían al conjunto de su generación. Al igual que la instalación de una preparación experimental y la elección de uno o más factores observables permiten asignar a un sistema atómico un comportamiento determinado —ya sea corpuscular, ya sea ondulatorio—, Bruno podía aparecer como individuo, pero desde otro punto de vista sólo era el elemento pasivo del desarrollo de un movimiento histórico. Sus motivaciones, sus valores, sus deseos: nada de eso lo distinguía, por poco que fuese, de sus contemporáneos. Por lo general, la primera reacción de un animal frustrado es intentar alcanzar su objetivo con más fuerza que antes. Por ejemplo, una gallina hambrienta (Gallus domesticus) a la que un cercado de alambre le impide llegar a la comida, hará unos esfuerzos cada vez más frenéticos para atravesar el cercado. Sin embargo otro comportamiento, sin objetivo aparente, sustituirá poco a poco al primero. Las palomas (Columba livia) picotean el suelo sin parar cuando no pueden conseguir el codiciado alimento, aunque en el suelo no haya nada comestible. Y no sólo picotean de ese modo indiscriminado, sino que a menudo se alisan las plumas; esa conducta tan fuera de lugar, frecuente en las situaciones que implican frustración o conflicto, se llama conducta sustitutiva. A principios de 1986, poco después de cumplir treinta años, Bruno empezó a escribir.

[...]

»Los testimonios sobre David terminaban ahí. La policía había interceptado por casualidad el máster de un vídeo de tortura, pero lo más probable es que alguien hubiera avisado a David; en cualquier caso, había conseguido huir a tiempo. Daniel Macmillan llegaba entonces a su tesis. Lo que establecía claramente en su libro es que los supuestos satanistas no creían ni en Dios ni en Satán ni en ninguna potencia supraterrestre; la blasfemia, en sus ceremonias, no era más que un condimento erótico menor, del que todo el mundo se cansaba pronto. De hecho, como su maestro el marqués de Sade, todos eran materialistas absolutos, enamorados del placer en pos de sensaciones nerviosas cada vez más violentas. Según Daniel Macmillan, la progresiva destrucción de los valores morales en los años sesenta, setenta, ochenta y noventa era un proceso lógico e inexorable. Después de agotar los placeres sexuales, era normal que los individuos liberados de las obligaciones morales ordinarias se entregasen a los placeres, más intensos, de la crueldad; Sade había seguido una trayectoria análoga dos siglos antes. En ese sentido, los serial killers de los años noventa eran los hijos bastardos de los hippies de los años sesenta; y sus antepasados comunes eran ciertos artistas vieneses de los años cincuenta. So capa de acciones artísticas, Nitsch, Muehl o Schwarzkogler organizaron masacres de animales en público; ante un público de cretinos arrancaron y descuartizaron órganos y vísceras, hundieron las manos en la carne y la sangre, llevaron el sufrimiento de animales inocentes hasta sus últimos límites, mientras un comparsa fotografiaba o filmaba la carnicería para exponer los documentos obtenidos en una galería de arte. Esta voluntad dionisíaca de liberación de la bestialidad y del mal, iniciada por los accionistas vieneses, volvía a verse a lo largo de todos los decenios posteriores. Según Daniel Macmillan, la regresión de las sociedades occidentales desde 1945 no era otra cosa que un retorno al culto brutal de la fuerza, un rechazo a las reglas seculares lentamente erigidas en nombre de la moral y del derecho. Accionistas vieneses, beatniks, hippies y asesinos en serie tenían en común ser unos libertarios integrales, que predicaban la afirmación integral de los derechos del individuo frente a todas las normas sociales, a todas las hipocresías que según ellos constituían la moral, el sentimiento, la justicia y la piedad. En este sentido, Charles Manson no era ni mucho menos una desviación monstruosa de la experiencia hippie, sino su desenlace lógico; y David di Meola no había hecho otra cosa que prolongar y poner en práctica los valores de liberación individual que predicaba su padre. Macmillan pertenecía al partido conservador, y algunas de sus diatribas contra la libertad individual hicieron rechinar dientes en el seno de su propio partido; pero su libro causó un impacto considerable. Enriquecido gracias a los derechos de autor, Macmillan se dedicó en cuerpo y alma a la política; al año siguiente fue elegido en la Cámara de Representantes.

[...]

»Los testimonios sobre David terminaban ahí. La policía había interceptado por casualidad el máster de un vídeo de tortura, pero lo más probable es que alguien hubiera avisado a David; en cualquier caso, había conseguido huir a tiempo. Daniel Macmillan llegaba entonces a su tesis. Lo que establecía claramente en su libro es que los supuestos satanistas no creían ni en Dios ni en Satán ni en ninguna potencia supraterrestre; la blasfemia, en sus ceremonias, no era más que un condimento erótico menor, del que todo el mundo se cansaba pronto. De hecho, como su maestro el marqués de Sade, todos eran materialistas absolutos, enamorados del placer en pos de sensaciones nerviosas cada vez más violentas. Según Daniel Macmillan, la progresiva destrucción de los valores morales en los años sesenta, setenta, ochenta y noventa era un proceso lógico e inexorable. Después de agotar los placeres sexuales, era normal que los individuos liberados de las obligaciones morales ordinarias se entregasen a los placeres, más intensos, de la crueldad; Sade había seguido una trayectoria análoga dos siglos antes. En ese sentido, los serial killers de los años noventa eran los hijos bastardos de los hippies de los años sesenta; y sus antepasados comunes eran ciertos artistas vieneses de los años cincuenta. So capa de acciones artísticas, Nitsch, Muehl o Schwarzkogler organizaron masacres de animales en público; ante un público de cretinos arrancaron y descuartizaron órganos y vísceras, hundieron las manos en la carne y la sangre, llevaron el sufrimiento de animales inocentes hasta sus últimos límites, mientras un comparsa fotografiaba o filmaba la carnicería para exponer los documentos obtenidos en una galería de arte. Esta voluntad dionisíaca de liberación de la bestialidad y del mal, iniciada por los accionistas vieneses, volvía a verse a lo largo de todos los decenios posteriores. Según Daniel Macmillan, la regresión de las sociedades occidentales desde 1945 no era otra cosa que un retorno al culto brutal de la fuerza, un rechazo a las reglas seculares lentamente erigidas en nombre de la moral y del derecho. Accionistas vieneses, beatniks, hippies y asesinos en serie tenían en común ser unos libertarios integrales, que predicaban la afirmación integral de los derechos del individuo frente a todas las normas sociales, a todas las hipocresías que según ellos constituían la moral, el sentimiento, la justicia y la piedad. En este sentido, Charles Manson no era ni mucho menos una desviación monstruosa de la experiencia hippie, sino su desenlace lógico; y David di Meola no había hecho otra cosa que prolongar y poner en práctica los valores de liberación individual que predicaba su padre. Macmillan pertenecía al partido conservador, y algunas de sus diatribas contra la libertad individual hicieron rechinar dientes en el seno de su propio partido; pero su libro causó un impacto considerable. Enriquecido gracias a los derechos de autor, Macmillan se dedicó en cuerpo y alma a la política; al año siguiente fue elegido en la Cámara de Representantes.

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La carta le llegó a Michel en plena crisis de desaliento teórico. Según la hipótesis de Margenau, la conciencia individual se podía comparar a un campo de probabilidades en un espacio de Fock, definido como suma directa de espacios de Hilbert. En principio, este espacio podía construirse a partir de los acontecimientos electrónicos elementales que tienen lugar en las micrositas sinápticas. Por lo tanto, el comportamiento normal era como una deformación elástica del campo, el acto libre como un desgarramiento: pero ¿en qué topología? No era en absoluto evidente que la topología natural de los espacios hilbertianos permitiera dar cuenta de la aparición del acto libre; ni siquiera estaba seguro de que fuera posible plantear el problema actualmente, salvo en términos exageradamente metafóricos. Sin embargo, Michel estaba convencido de que era indispensable un nuevo marco conceptual. Todas las noches, antes de apagar su ordenador, hacía una búsqueda en Internet para ver los resultados experimentales publicados en la jornada. Los leía a la mañana siguiente, comprobaba que los centros de investigación de todo el mundo parecían avanzar cada vez más a ciegas, con un empirismo carente de sentido. Ningún resultado permitía llegar a la menor conclusión, ni siquiera formular una mínima hipótesis teórica. La conciencia individual aparecía bruscamente, sin motivo aparente, en mitad de las razas animales; no cabía duda de que precedía ampliamente al lenguaje. Con su finalismo inconsciente, los darwinianos hacían hincapié, como de costumbre, en las hipotéticas ventajas selectivas relacionadas con su aparición, y como de costumbre eso no explicaba nada, era sólo una amable reconstrucción mítica; pero el principio antrópico no era más convincente. El mundo se había regalado un ojo capaz de contemplarlo, un cerebro capaz de comprenderlo; sí, ¿y qué? Eso no aportaba nada a la comprensión del fenómeno. En lagartos poco especializados como el Lacerta agilis se había podido detectar una conciencia de sí, ausente en los nematodos; seguramente implicaba la presencia de un sistema nervioso central y algo más. Ese algo seguía siendo absolutamente misterioso; no parecía que la aparición de la conciencia pudiera relacionarse con ningún antecedente anatómico, bioquímico o celular; era desalentador.
 ¿Qué habría hecho Heisenberg? ¿Qué habría hecho Niels Bohr? Distanciarse, reflexionar; pasear por el campo, escuchar música. Lo nuevo nunca surgía por simple interpolación de lo antiguo; las informaciones se sumaban a las informaciones como puñados de arena, definidas de antemano en su naturaleza por el marco conceptual que delimita el campo experimental; ahora, más que nunca, necesitaban un nuevo punto de vista.

[...]

Ella le acompañó a la estación. Caía la noche, eran casi las seis. Se detuvieron en el puente que cruzaba el Grand Morin. Había plantas acuáticas, castaños y sauces; el agua era verde y tranquila. A Corot le gustaba ese paisaje, lo había pintado muchas veces. Un viejo inmóvil en su jardín parecía un espantapájaros. —Ahora estamos en el mismo punto —dijo Annabelle—. A la misma distancia de la muerte.
 Se subió al estribo para besar a Michel en las mejillas justo antes de que arrancara el tren. «Volveremos a vernos», dijo él. Ella contestó: «Sí.»

 Annabelle le invitó a cenar el sábado siguiente. Vivía en un pequeño estudio en la rue Legendre. El espacio estaba escrupulosamente calculado, pero reinaba una atmósfera cálida; el techo y las paredes estaban revestidos de madera oscura, como en la cabina de un barco. —Vivo aquí desde hace ocho años —dijo ella—. Me mudé cuando aprobé las oposiciones a la biblioteca. Antes trabajaba en la primera cadena de televisión, en el servicio de coproducciones. Estaba harta, no me gustaba el medio. Al cambiar de trabajo me quedé con la tercera parte de sueldo, pero es mejor. Estoy en la biblioteca municipal del distrito XVII, en la sección infantil.
 Había hecho curry de cordero y lentejas indias. Michel habló poco durante la cena. Le preguntó a Annabelle cosas sobre su familia. Su hermano mayor se había hecho cargo de la empresa paterna. Se había casado, había tenido tres hijos; un niño y dos niñas. Por desgracia, la empresa tenía problemas, la competencia en el campo de la óptica de precisión se había vuelto muy dura, había tenido que declararse en quiebra varias veces; se consolaba bebiendo pastis y votando a Le Pen. Su hermano pequeño había entrado en la sección de marketing de L’Oreal; hacía poco que le habían destinado a Estados Unidos como jefe de la sección de marketing en Norteamérica; le veían bastante poco. Estaba divorciado y no tenía hijos. Dos destinos diferentes, pero casi igualmente sintomáticos.
 —No he tenido una vida feliz —dijo Annabelle—. Creo que le concedía demasiada importancia al amor. Me entregaba con demasiada facilidad, los hombres me dejaban tirada en cuanto conseguían lo que querían, y yo lo pasaba mal. Los hombres no hacen el amor porque estén enamorados, sino porque están excitados; me hicieron falta años para comprender un hecho tan obvio y tan simple. Toda la gente que me rodeaba vivía así, me movía en un medio liberado; pero no sentía el menor placer provocando o seduciendo. Hasta la sexualidad terminó asqueándome; ya no soportaba sus sonrisas de triunfo cuando me quitaba el vestido, sus caras de idiota cuando se corrían, y menos aún sus groserías una vez acabado el acto. Eran despreciables, pusilánimes y pretenciosos. Al final resulta penoso que te consideren ganado intercambiable, aunque a mí me considerasen una buena pieza por ser estéticamente irreprochable y se sintieran orgullosos de llevarme a un restaurante. Sólo una vez creí que la cosa iba en serio y me fui a vivir con un tipo. Era actor, tenía un físico muy interesante, pero no conseguía abrirse camino; y era sobre todo yo la que pagaba las facturas del apartamento. Vivimos dos años juntos, me quedé embarazada. Él me pidió que abortara. Lo hice, pero al volver del hospital supe que se había acabado todo. Me separé de él esa misma noche y me instalé durante cierto tiempo en un hotel. Tenía treinta años, era mi segundo aborto y estaba completamente harta. Era en 1988, todo el mundo empezaba a ser consciente de los peligros del sida; yo lo viví como una liberación. Me había acostado con docenas de hombres y ninguno merecía que lo recordase. Hoy pensamos que hay una época de la vida en la que uno sale y se divierte; después aparece la imagen de la muerte. Todos los hombres que he conocido tenían terror a envejecer, no paraban de pensar en su edad. Esa obsesión por la edad empieza muy pronto, la he visto en gente de veinticinco años, y luego no hace más que empeorar. Decidí parar, dejar el juego. Llevo una vida tranquila, sin alegría. Por las noches leo, me hago infusiones, bebidas calientes.
 Todos los fines de semana voy a casa de mis padres, paso mucho tiempo con mi sobrino y mis sobrinas. Cierto que necesito un hombre, que a veces tengo miedo de noche y que me cuesta trabajo dormirme. Están los tranquilizantes, los somníferos; pero eso no basta del todo. En realidad, me gustaría que la vida pasara muy deprisa. Michel guardó silencio; no estaba sorprendido. La mayoría de las mujeres tienen una adolescencia exaltada, se interesan mucho por los chicos y el sexo; poco a poco se cansan, tienen cada vez menos ganas de abrir las piernas, de curvar la espalda y presentar el culo; buscan una relación tierna que no encuentran, una pasión que ya no son realmente capaces de sentir; entonces empiezan para ellas los años difíciles.
 Una vez abierto, el sofá cama ocupaba casi todo el espacio disponible. —Es la primera vez que lo utilizo —dijo ella. Se acostaron uno junto al otro, y se abrazaron.
 —Hace mucho tiempo que no tomo anticonceptivos, y no tengo preservativos en casa. ¿Tienes tú?
 —No... —La idea le hizo sonreír.
 —¿Quieres que te lo haga con la boca?
 Él lo pensó un momento y al final dijo que sí. Era agradable, pero el placer no era muy intenso (en el fondo nunca lo había sido; el placer sexual, tan agudo para algunos, para otros es moderado y casi insignificante; ¿es una cuestión de educación, de conexiones neuronales o de qué?). Esta felación era, sobre todo, conmovedora: era el símbolo del reencuentro y de su destino interrumpido. Pero luego fue maravilloso abrazar a Annabelle cuando se dio la vuelta para dormir. Tenía un cuerpo flexible y suave, tibio e indefinidamente liso; una cintura muy fina, caderas anchas, senos pequeños y firmes. El deslizó una pierna entre las de ella, puso las manos en su vientre y en sus senos; en aquella dulzura, aquella calidez, se sentía al principio del mundo. Se durmió casi inmediatamente.

[...]

Lo primero que vio fue a un hombre, una zona vestida del espacio; sólo su cara estaba al descubierto. En el centro de la cara brillaban los ojos; la expresión era difícil de descifrar. Frente a él había un espejo. Al mirar por primera vez en el espejo, el hombre había tenido la impresión de caer al vacío. Pero se había sentado y había considerado su imagen en sí misma, como una forma mental independiente, comunicable a los demás; al cabo de un minuto, sintió una indiferencia relativa. Pero si volvía la cabeza unos segundos, tenía que empezar de cero; tenía que destruir otra vez, penosamente, ese sentimiento de identificación con su propia imagen, como si adaptara la vista a un objeto cercano. El yo es una neurosis intermitente, y al hombre le faltaba mucho para estar curado.
 Después, vio una pared blanca en cuyo interior se formaban letras.
 Poco a poco las letras cobraron densidad, componiendo en la pared un bajorrelieve en movimiento que latía con una pulsación repugnante. Primero se formó la palabra «PAZ», luego la palabra «GUERRA»; luego otra vez la palabra «PAZ». Después el fenómeno cesó de repente; la superficie de la pared volvió a ser lisa. El aire se convirtió en líquido y lo atravesó una ola; el sol era enorme y amarillo. Vio el lugar donde se formaba la raíz del tiempo. Esta raíz extendía sus prolongaciones por todo el universo: zarcillos nudosos cerca del centro, pegajosos y frescos en los extremos. Esos zarcillos encerraban, aprisionaban y aglutinaban las zonas del espacio.
 Vio el cerebro del hombre muerto, zona del espacio, conteniendo el espacio.
 Por último vio el conglomerado mental del espacio, y su contrario. Vio el conflicto mental que estructuraba el espacio, y su desaparición. Vio el espacio como una línea muy fina que separaba dos esferas. En la primera esfera estaba el ser y la separación; en la segunda esfera estaba el no ser y la desaparición individual. Tranquilamente, sin dudarlo, se dio la vuelta y se dirigió hacia la segunda esfera.

 Soltó a Annabelle y se sentó en la cama. Ella respiraba con regularidad a su lado. Tenía un despertador Sony en forma de cubo que marcaba las 03.37. ¿Podría volver a dormirse? Tenía que hacerlo. Y había cogido los Xanax.
 A la mañana siguiente, ella le preparó un café; para ella hizo té y tostadas. Era un hermoso día, aunque ya empezaba a hacer frío. Ella miró el cuerpo desnudo de Michel, extrañamente adolescente en su persistente delgadez. Tenían cuarenta años y era difícil creerlo. Sin embargo, ella ya no podía tener hijos sin correr serios riesgos de que nacieran con malformaciones genéticas; la potencia viril de él había disminuido mucho. Para los intereses de la especie eran dos individuos que envejecían, de mediocre valor genético. Ella había vivido: había tomado coca, había participado en orgías, había dormido en hoteles de lujo. Situada, por su belleza, en el epicentro de aquel movimiento de liberación de las costumbres que había caracterizado su juventud, lo había sufrido especialmente; y en definitiva casi se había dejado la vida en ello. Él, situado por indiferencia en la periferia de ese movimiento, de la vida humana, de todo, sólo había sido rozado superficialmente; se había conformado con ser un fiel cliente del Monoprix de su barrio y coordinar investigaciones en biología molecular. Estas existencias tan distintas habían dejado pocas huellas en sus cuerpos separados; pero la propia vida había llevado a cabo su obra de destrucción, había endeudado lentamente la capacidad reproductiva de sus células. Mamíferos inteligentes, que podrían haberse amado, se contemplaban en la gran luminosidad de aquella mañana de otoño. —Sé que es muy tarde —dijo ella—. Pero quiero intentarlo. Todavía tengo el bonotrén del año escolar setenta y cuatro–setenta y cinco, el último año que fuimos juntos al liceo. Cada vez que lo miro me dan ganas de llorar. No entiendo cómo las cosas se han jodido hasta este punto. No consigo aceptarlo.

 En mitad del suicidio occidental, estaba claro que no tenían ninguna oportunidad. Sin embargo, siguieron viéndose una o dos veces por semana. Annabelle fue al ginecólogo y volvió a tomar la píldora. Él conseguía penetrarla, pero lo que más le gustaba era dormir a su lado, sentir su carne viva. Una noche soñó con un parque de atracciones en Rouen, en la orilla derecha del Sena. Una gran noria casi vacía giraba en un cielo lívido, dominando las siluetas de cargueros varados, con la estructura metálica roída por el óxido. El caminaba entre barracones de colores chillones y apagados a la vez; un viento glacial, cargado de lluvia, le azotaba el rostro. En el momento en que llegaba a la salida del parque lo atacaban unos jóvenes con ropa de cuero, armados con navajas de afeitar. Después de encarnizarse con él unos minutos, le dejaban irse. Le sangraban los ojos, sabía que iba a quedarse ciego para siempre, y tenía la mano derecha casi seccionada; sin embargo también sabía, a pesar de la sangre y el dolor, que Annabelle seguiría a su lado y lo rodearía eternamente de su amor.

Nodulo materialista

Nodulo materialista

Nunca vivieron en la tierra tantos hombres como en el presente lo hacen. Nunca la humanidad tuvo un conocimiento tan profundo del mundo, y nunca hasta hoy pudieron algunas personas tener la capacidad de influir tanto en su entorno como para poder llegar, en el límite, a provocar, si quisieran, la destrucción completa de la vida sobre el planeta.

Por eso nunca antes había sido tan imperiosa la necesidad de contar con potentes instrumentos analíticos que permitan mejor interpretar el pasado, conocer el presente y poder barruntar qué puede suceder en el futuro.

El presente está atravesado por Ideas, que nos ofrecen las principales referencias de nuestra concepción del mundo, sus principales coordenadas. Son Ideas que nadie ajeno nos ha comunicado, ni dioses ni extraterrestres, sino que se han ido construyendo a lo largo de la historia más reciente de la humanidad.

La complejidad de la realidad provoca que las ideas que procuran entenderla no sean sencillas, y explica, en gran medida, que ellas actúen bajo la envoltura de mitos e ideologías, que esconden casi siempre ideas confusas y oscuras, que extravían a los hombres y los enfrentan los unos con los otros, en situaciones indignas, que hacen dudar del raciocinio, libertad e inteligencia que se les debe suponer en cuanto personas.

La mayoría de los hombres se conforman con ideologías, mitos y pueriles explicaciones, pues existen poderosas minorías de hombres a quienes les interesa que esta situación se perpetúe, organizando de forma implacable el entontecimiento sistemático de la mayor parte de la humanidad.

La irracionalidad, la creencia en mitos, las ideologías más falsas y aberrantes, no son patrimonio exclusivo de esos hombres a los que otros hombres mantienen carentes de instrucción y en condiciones indignantes respecto a las que aplican a sus mismos animales
ales de compañía. Muchos técnicos, muchos científicos y muchos políticos creen dominar el mundo desde la razón, sin sospechar siquiera el simplismo en el que se mantienen, y el armazón de mitos e ideologías que predeterminan muchas de sus actuaciones. El irracionalismo está presente por doquier y es potenciado sin cesar de la manera más escandalosa.

En los inicios del tercer milenio todo está conceptualizado, no hay ya tierras vírgenes de las que no se ocupen las ciencias y las técnicas (incluyendo entre éstas a la política). Las ciencias y las técnicas (mecánicas, políticas) tratan de organizar toda la realidad, y pretenden agotar el conocimiento del presente.

Sin embargo, los conceptos de que se sirven para determinar el conjunto de la realidad del mundo, no agotan su conocimiento. Los fundamentalismos científicos y técnicos pretenden convertir en Ideas universales lo que no pasan de ser conceptos particulares. Las Ideas no pueden reducirse a los conceptos de donde brotan, ni son eternas ni inamovibles. Los hombres viven envueltos por ideas (la propia idea de hombre, de persona, de cultura, de libertad, de justicia), muchas veces confundidas y deformadas por quienes se acercan a ellas desde una perspectiva particular: la vida es química, la vida es felicidad, la vida es economía, la vida es religión, &c.

Proponemos como tarea el ir delimitando las principales ideas presentes en nuestra realidad, tratando de establecer su estructura y alcance, su concatenación con otras ideas (que no tiene por qué ser total: no todas las ideas están ligadas con todas).

Y lo proponemos desde el rigor que es necesario e imprescindible para tratar con Ideas, rigor que nos permita evitar caer en las ideologías y en los mitos que siempre, como una sombra, las acompañan.

nódulo materialista

entidad inscrita en el registro de asociaciones
del Ministerio del Interior de España
con el número nacional 161.004

www.nodulo.org

 

 

Educación y pensamiento independiente (Albert Einstein 1952)

No es suficiente enseñar a un hombre una especialidad. Aun cuando esto logre convertirlo en una especie de máquina útil no tendrá una personalidad desarrollada de manera armoniosa. Es indispensable que el estudiante adquiera una comprensión de los valores y una profunda afinidad con ellos. Tiene que alcanzar un vigoroso sentimiento de lo bello y de lo moralmente bueno, De lo contrario, la especialización de sus conocimientos lo asemejarán más a un perro adiestrado que a una persona de desarrollo culto y equilibrado. Ha de aprender a intuir las motivaciones de los seres humanos, sus sufrimientos e ilusiones para conseguir una relación adecuada con su prójimo y la comunidad.
Estos elementos espirituales se transmiten a las generaciones más jóvenes a través del contacto personal con quienes enseñan, -no en lo esencial por lo menos- mediante los libros de texto. Estos constituyen la cultura y la preservan. Pienso en todo ello cuando recomiendo el "arte y las letras" como disciplinas importantes, y no sólo el árido y estéril conocimiento especializado en el campo de la historia y la filosofía.
La insistencia exagerada en el sistema competitivo y la especialización prematura fundada en la utilización inmediata matan el espíritu en que se asienta toda la vida cultural, incluido el conocimiento especializado.
Es asimismo vital para una educación fecunda que se desarrolle en el joven una capacidad de pensamiento crítico independiente, proceso que corre graves riesgos si se sobrecarga al educando con distintas y variadas disciplinas. Este exceso lleva sin duda a la superficialidad. La enseñanza debe ser de tal índole que lo que se ofrece se reciba como un don valioso y no como un penoso deber.
(1952)

Necesidad de una cultura ética (Albert Einstein 1948)


Me siento obligado a enviar mi congratulación y a desear los mayores éxitos a su Sociedad para una Cultura Etica, con motivo de celebrarse su aniversario. Este no es, por cierto, el momento de contemplar satisfechos los resultados obtenidos en estos setenta y cinco años de honestos esfuerzos en el plano ético. No podemos  decir que los aspectos morales de la vida humana en general sean hoy más satisfactorios que en 1876.
En aquella época se creía que todo podía esperarse del estudio de los hechos científicos comprobables y de la eliminación de los prejuicios y las supersticiones. Lo logrado es, en efecto, importante y digno de los mayores esfuerzos de los más capaces. Y en tal sentido se ha obtenido mucho en el mencionado lapso, que se ha difundido a través de la literatura y desde la escena.
Sin embargo, la aniquilación de obstáculos no conduce por sí sola a un ennoblecimiento de la vida social e individual. Pues junto a ello es decisivo el anhelo de lucha en favor de una estructuración moral de nuestra vida comunitaria. En este punto no hay ciencia que pueda salvarnos.
Creo por supuesto que el excesivo énfasis en lo intelectual -que suele dirigirse sólo hacia la eficacia y lo práctico- de nuestra educación, ha conducido al debilitamiento de los valores éticos. No pienso tanto en los peligros que conlleva el progreso técnico para la especie humana, como en la asfixia de la consideración mutua entre los hombres por un hábito de pensamiento inclinado al mero hecho, que se ha extendido como un terrible congelamiento sobre las relaciones humanas.
La plenitud en los aspectos morales y estéticos es un objetivo mucho más próximo a las preocupaciones del arte que a las de las ciencias. Tiene prioridad, sin duda, la comprensión de nuestros semejantes.
Mas esta comprensión sólo resulta fecunda cuando la sustenta un sentimiento cordial y fraterno en la alegría y en la aflicción. El cultivo de esta elevada fuente de acción moral es lo que queda de la religión cuando ella se ha purificado de los elementos supersticiosos.
En este sentido, la religión constituye una parte importante de la educación, en la que recibe una consideración muy escasa y poco sistemática.
El dilema aterrador que plantea la situación política mundial está estrechamente relacionado con este pecado de omisión que nuestra civilización comete. Sin una "cultura ética" no hay salv

La Libertad (Albert Einstein 1953)

Sé que es tarea difícil discutir sobre juicios fundamentales de valor.
Si, por ejemplo, alguien aprueba, como fin, la erradicación del género humano de la tierra, es imposible refutar ese punto de vista desde bases racionales. Si, en cambio, hay acuerdo sobre determinados
objetivos y valores se puede argüir con razón en cuanto a los medios por los cuales pueden alcanzarse estos propósitos. Señalemos, entonces, dos objetivos sobre los cuales tal vez estén de acuerdo quienes
lean estas líneas.
1. Los bienes esenciales destinados a sustentar la vida y la salud de todos los seres humanos, deberían producirse con el mínimo esfuerzo posible.
2. La satisfacción de las necesidades físicas es por supuesto la condición previa indispensable para una existencia decorosa, si bien no es suficiente por sí sola. Para que los hombres se muestren satisfechos
deben tener también la posibilidad de desarrollar su capacidad intelectual y artística según sus características y condiciones personales.
El primero dé estos fines exige la difusión de todos los conocimientos relacionados con las leyes de la naturaleza y de los procesos sociales, esto es, el impulso de todas las investigaciones científicas. La
tarea científica resulta; por cierto, un conjunto natural, cuyas partes se apoyan mutuamente, de tal manera que nadie puede prever, en efecto.
No obstante, el progreso de la ciencia exige que sea posible la difusión sin restricciones de opiniones y consecuencias: libertad de expresión y de enseñanza en todos los ámbitos de la actividad intelectual. Por libertad debo suponer condiciones sociales de tal índole que el individuo que exponga sus modos de ver y las afirmaciones respecto a cuestiones científicas, de tipo general y particular, no enfrente por ello graves
riesgos. Esta libertad de expresión es indispensable para el desarrollo y crecimiento de los conocimientos científicos, un detalle de decisiva importancia práctica. En primer término, debe garantizarla la ley. Mas
las leyes solas no logran asegurar la libertad de expresión; a fin de que el hombre pueda exponer sus opiniones sin riesgos serios debe existir el espíritu de tolerancia en toda sociedad. Un ideal de libertad externa
como éste jamás se logrará plenamente, aunque debe persistirse en él con empeño si queremos que el pensamiento científico avance sin tregua, lo mismo que el pensamiento filosófico y creador en general.
Para lograr el segundo objetivo, o sea que resulte posible el desarrollo espiritual de todos los individuos, es necesario un segundo género de libertad exterior. El individuo no ha de verse obligado a trabajar
tanto para cubrir sus necesidades vitales que no le quede tiempo ni fuerzas para sus actividades personales. Sin este segundo tipo de libertad externa, no servirá de nada la libertad de expresión. El progreso
tecnológico tornaría posible esta forma de libertad si se alcanzase una división racional del trabajo.
La evolución de la ciencia y de las actividades creadoras del espíritu en general, reclama otro modo de libertad que puede calificarse de libertad interior. Esa libertad de espíritu consiste en pensar con independencia sobre las limitaciones y los prejuicios autoritarios y sociales así como frente a la rutina antifilosófica y el hábito embrutecedor del ambiente. Esta libertad interior es un raro privilegio de la naturaleza y un propósito digno para el individuo. Empero, la comunidad puede realizar también mucha labor de estímulo en este sentido, por lo menos al no poner trabas a la labor intelectual. Las escuelas y los sistemas de enseñanza obstaculizan a veces el desarrollo de la libertad interior con influencias autoritarias o cuando imponen a los jóvenes cargas espirituales excesivas; las instituciones de enseñanza pueden, por otra parte,
favorecer esta libertad si fomentan el pensamiento independiente. Únicamente si se prosigue con constancia y conciencia la libertad interior y la libertad externa es posible el progreso espiritual y el conocimiento
y así mejorar la vida general del hombre en todos sus aspectos.